Todas las
mañanas tomo dos buses para llegar a la oficina. Tengo que caminar una cuadra
desde la casa para tomar el primero. Ahí no tengo que esperar mucho porque
cualquiera que pase, me lleva a donde necesito ir.
Luego de
5-10 minutos, me bajo del primer bus y tengo que esperar al segundo para hacer “mi
conexión”. Se supone que los buses pasan cada 6 minutos máximo y casi siempre
pasan con regularidad, así que casi nunca tengo que esperar mucho.
Pero en el
frío matinal, cada minuto pasa lentamente, sobre todo cuando está soplando el
viento.
Tres
minutos se te hacen eternos.
Después de
4 minutos empiezas a perder la sensación en dedos y orejas.
Después de
6 minutos empiezas a perder todas las ganas de vivir de ir a trabajar.
Y a veces
suceden tragedias greco-romanas, como cuando el bus se sigue de frente y no se
detiene aunque le hagas señales para que se pare. O tú te distraes viendo algo
absurdo, como un grupo de niños que corren chistoso, y no “le haces la parada”
a tiempo y tienes que esperar otros 6 minutos!
Por eso,
cuando me bajo del primer bus y justamente está pasando el segundo bus que
tengo que tomar, es digno de celebrarse. En mi cabeza llamo a este fenómeno “Cisne
blanco” y me pone de muy buen humor. Cuando el segundo bus pasa pronto, pero no
en el momento exacto, lo llamo “Cisne negro”.
Sí, ya sé
que soy rara. Y no, no tengo idea porqué comparto estas rarezas con ustedes. Y
además, sé que es muy posible que un cisne negro sea más raro que uno blanco, pero
no me importa, porque el blanco me parece más positivo que el negro.
Ojalá
tengan pequeños cisnes blancos en sus días :)
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